Seis cabildos indígenas se han organizado en Cali. Sin embargo, muchos de sus integrantes viven en condiciones de alarmante pobreza. Un drama revelado por El Giro.
Por: Tatiana López y Camila Sanabria
Sala de Periodismo
En una habitación con poca luz, envuelto entre sábanas y rodeado de paredes agrietadas por el abandono y la humedad, yace Ernesto*, un bebé de apenas tres semanas de nacido que duerme sobre el suelo ignorando la precariedad, pobreza, y podredumbre del entorno en el que posiblemente se vea obligado a crecer. Al co- rredor de la pensión lo adornan unas cuantas bicicletas oxidadas y la ropa extendida en dos cuer- das de las que caen pequeñas go- tas de agua. Los niños corren descalzos, en su rostro se pueden ver manchas de polvo y tierra. Las mujeres no hablan español, vis- ten con sus atuendos tradiciona- les que van desde el amarillo has- ta el violeta, caminan descalzas y sonríen tímidamente. Su función más importante dentro de la co- munidad es cuidar a los niños.
Es esta la realidad de las 42 familias de la comunidad indí- gena Emberá Katío que viven en el barrio El Calvario, ubicado en la “olla” de Cali, en la Carrera 11 entre Calles 14 y 15. Esteban Queregama, un hombre reserva- do, tranquilo, amable y además uno de los más altos de la comu- nidad, narra con melancolía cómo se vieron obligados a dejar sus tierras en Pueblo Rico, Risaralda. Alarmados por los sonidos de los disparos de un enfrentamiento entre grupos armados muy cerca de su resguardo, decenas de indígenas tuvieron que huir llevando consigo las pocas pertenencías que pudieron tomar.
Algunos se dirigieron a Pereira, de donde tuvieron que trasla- darse por la falta de garantías y ayudas por parte del Estado.
Al ser Cali la ciudad con mayor concentración de indígenas Emberá consideraron que la mejor decisión era reunirse todos allí.
David Zamudio, patrullero que opera en la Estación de Policía de Fray Damián, ubicada a escasas cuadras de donde habitan los Emberá, asegura en medio de la preocupación, que son precarias las condiciones de estos indígenas, pues habitan alrededor de 8 personas por habitación, y están distribuidos en seis pensiones ubicadas en una misma zona.
Entre pasillos angostos, pare- des sucias y un suelo rústico y destapado, crecen y juegan decenas de niños Emberá que viven esta realidad desde el año 2012. Las estrechas habitaciones tie- nen un valor de entre tres y doce mil pesos por persona cada noche y cada pensión consta de máximo dos baños comunitarios.
Compilio Campo, uno de los líderes de la comunidad, hace un recorrido por las pensiones. En medio de la desesperación, pide ayuda para salir de esta con- dición. “Necesitamos ayuda de la Gobernación para retornar a nuestras tierras, queremos vol- ver. A nadie le gusta vivir esto”.
Desde los años 50, y por múltiples factores como la violencia, el desplazamiento forzado, o la búsqueda de mejores oportunidades económicas y laborales, cientos de familias indígenas se han movilizado y asentado en Cali.
La licenciada en Ciencias Sociales con énfasis en Historia de Colombia, Claudia Leal, afirma que “las comunidades indígenas han vivido en una constante lu- cha, sobre todo por el territorio y la conservación de su cultura.
Sus derechos han sido constante- mente vulnerados desde la época de la conquista. Han sido expul- sados de sus tierras y obligados a moverse a otros lugares”. Pero a pesar del tiempo que ha transcurrido, las comunidades indígenas continúan viviendo en condiciones precarias en los barrios más deprimidos de la ciudad.
Ary Campo, docente y miembro de la comunidad Yanacona, explica que muchos de los indígenas que han logrado asentarse en la ciudad se han conformado en cabildos y han luchado por mejorar su calidad de vida y en la actualidad han logrado algunos avances en cuestión de educación, salud y vivienda, pero siguen siendo in- suficientes.
Para el año 2006, la Alcaldía de la ciudad, en conjunto con los re- presentantes de los seis Cabildos de Cali, redactaron una serie de políticas públicas con las que se pretende mejorar las condiciones de vida de las comunidades indí- genas, su inclusión en la ciudad, la protección de sus costumbres culturales, entre otros.
A pesar de ello el docente Campo asegura que “si bien se han dictaminado una serie de políti- cas públicas, muchas no se están cumpliendo. Están en el papel, pero no en lo práctico”.
Ahora bien, según un estudio de caracterización realizado por la Alcaldía de Cali en el 2010, en la ciudad habitan alrededor de 11.600 indígenas, que se di- viden de la siguiente manera: 50,5% pertenecientes al pueblo Nasa; el 32,4% al Yanacona; 6,4% corresponde a familias del pueblo Inga; un 4,6% a Quichua; un 3,3% al pueblo Misak y un 2,7% a la comunidad Kofán. Las familias habitan, por lo general, en las zonas de ladera y las más deprimidas de la ciudad, corres- pondientes a las comunas 3, 9, 13, 18, 19, 20 y 21.
Hacinados
La lluvia es una de las principales fuentes de agua para los Emberá. En una habitación oscura, decenas de cubetas esperan a ser utilizadas el día en que la lluvia caiga para recolectar el líquido vital. Frente a aquella habita- ción, se encuentra un baño con una puerta casi derrumbada
Las paredes y la tasa parecieran no haber sido usadas en mucho tiempo a causa de la suciedad. Lamentablemente es el único baño que existe para el uso de quienes habitan la pensión.
Leandro Queregama, líder de la comunidad, afirma con preocupación: “Sólo tenemos un baño para todos, y es muy difícil por- que a veces todos lo necesitan al mismo tiempo… Somos muchas personas viviendo en una misma habitación, tenemos agua y luz, pero no tenemos en qué cocinar la comida así que hacemos fogón de leña y cocinamos todos”
Según el estudio de caracterización hecho por la Alcaldía, al- rededor del 95% de las familias indígenas pertenecientes a los seis cabildos asentados en Cali, cuentan con los servicios públicos básicos. Sin embargo, los Emberá no disfrutan de estos beneficios, al no estar organizados como ca- bildo en la ciudad.
Marcela*, la enfermera del puesto de salud cercano a El Calvario, cuenta que los Emberá tienen pésimas condiciones de salubridad. “Los niños se enferman demasiado de dolor de cabeza, fiebre y diarrea”. Además, ase- gura que la tasa de natalidad es muy alta, lo que dificulta un me- joramiento en las condiciones de vida de estos indígenas.
Pero el panorama pareciera pintar mejor para los cabildos organizados, donde en promedio el 75% de los miembros de las seis comunidades, tienen acceso al servicio de salud a través de los regímenes subsidiado o contributivo. (Gráfico 1) Por otro lado, la educación es un factor importante para el de sarrollo y la conservación de la cultura de los pueblos indígenas. El docente Ary Campo asegura que, aunque el Estado construyó un colegio en el que pudiesen educar a sus niños bajo sus preceptos culturales, los profesores no tienen los conocimientos necesarios para impartir este tipo de educación garantizando la supervivencia de esta a la presión y a la dinámica de la ciudad.
Por su parte, los niños de la comunidad Emberá Katío asisten a una guardería gratuita del Estado, ubicada cerca del barrio El Calvario.
Albeiro Queregama, otro de los líderes de esta comunidad, afirma que “muchos de los niños van allá desde las 8:00 a.m. hasta las 4:00 p.m., para que los hombres y mujeres puedan salir por el sus- tento diario”.
Con respecto a las seis comunidades formalmente organizadas en Cali, el 32,6% de ellas se encuentra estudiando actualmente, y el 27,5% han logrado culminar los estudios de primaria y secundaria.
En cuanto a la preservación de las costumbres culturales de los pueblos indígenas y la inclusión de estos a la sociedad se ha avan- zado poco. El docente Ary Campo explica que en la actualidad a las comunidades indígenas se les en- trega un presupuesto para que realicen el festival Inti Raymi en el que muestran cuáles son sus formas de vida y de esta forma la ciudad conozca más sus tradicio- nes. Ahora bien, Campo también afirma que este tipo de eventos culturales no son suficientes para asegurar la inclusión de estos pueblos a la ciudad y que muchos indígenas ya han perdido sus costumbres y se han adaptado al es- tilo de vida de la ciudad.
Esteban Queregama es otro de los líderes, quien explica que la cultura de los Emberá se ve bastante afectada por las condi- ciones sociales en las que viven. “Para los niños es muy difícil crecer viendo a otros que roban y consumen vicios, eso no perte- nece a nuestra cultura, pero es lo que ven acá”. También cuenta que a pesar de que no puedan realizar sus fiestas y ceremonias tradicionales, algunos días apro- vecha la tarde para invitar a las mujeres a bailar la música típica y de esta forma no perder sus costumbres. “Para nosotros es muy importante cuidar nuestra lengua y costumbres, a donde lleguemos debemos ir también con nuestra cultura”.
Los indígenas habitaban estas tierras mucho antes de la llega- da de los españoles. Sin embargo, son una de las comunidades más vulnerables e invisibilizadas por el Estado y la misma sociedad. Los seis cabildos indígenas organizados en Cali, y la comunidad Emberá, luchan día a día por ser reconocidos como parte impor tante de la ciudad. Piden que no se vulneren sus derechos, que se respeten sus tradiciones.
Al final de la tarde, los niños Emberá corren casi desnudos por los pasillos angostos de una de las pensiones. Sus pies des- calzos atrapan toda la suciedad del suelo sin pavimentar. Un policía observa los coloridos co- llares que lleva uno de ellos. Con curiosidad pregunta qué signifi- can. El niño, en medio de la inocencia y con una sonrisa, responde: “cultura”.
Temas mencionados en este artículo
También te puede interesar
Notice: Trying to get property 'term_id' of non-object in /var/www/portal/wp-content/themes/uao-theme/patterns/templates/single-article.php on line 135